Corre el verano del año 2002. No hace mucho que cambié de base de Cruz Roja por lo que todavía no conozco a todos los compañeros, pero con los de esta tarde me voy a llevar bien, seguro. Ambos son telecos, como lo que yo seré algún día, y apasionados de las emergencias. Después de una animada comida charlando de la actualidad universitaria y tecnológica, deciden sestear puesto que han estado trabajando por la mañana, mientras yo hojeo documentación en lo que pronto se convertiría en mi segundo hogar.
La cálida y tranquila tarde es súbitamente interrumpida por la entrada en el puesto de socorro de un hombre nervioso: ¡Un accidente! informa. Mi voz reenvía la información a las bellas durmientes: ¡Un tráfico, parece grave! La imagen de los dos compañeros en ropa interior poniéndose en pie de un salto para, acto seguido, mirarse extrañados todavía desorientados sigue grabada en mi memoria y dando mucho juego cuando nos vemos; realmente pareció que iban a echar a correr uno hacia otro hasta que sus cabezas chocaran y ambos cayeran desmayados, como en las comedias de humor deliberadamente absurdo.
Tras averiguar los detalles mientras mis compañeros vuelven a la realidad, partimos hacia el lugar, tan cercano que en apenas un minuto observamos como la policía señaliza la escena: una pequeña furgoneta ha chocado contra una cerca de piedra de forma tan violenta que ha quedado totalmente deformada. Evidentemente somos el primer recurso sanitario en llegar, por lo que primero debemos hacernos una idea general: como conductor me encargo de las comunicaciones y la seguridad mientras mis colegas evalúan el estado de los heridos.
Primeros problemas: el motor del vehículo accidentado está derramando combustible sobre la hierba seca del lateral de la carretera, por lo que extraigo el extintor de la ambulancia y me preparo para utilizarlo, esperando que no sea necesario. No hay atrapados en el vehículo, aunque esto no es tan buena noticia puesto que de los tres heridos que alcanzo a ver, resulta evidente que dos de ellos, ambos adultos, han salido despedidos; el tercero, un niño de unos 10 años, se sujeta el brazo con un gesto de dolor, pero parece que ha salido del vehículo por su propio pie.
Una vez situados, y mientras veo acercarse la ambulancia municipal, llega el momento de pedir refuerzos: central, necesitamos bomberos por riesgo de incendio y UVI móvil para paciente muy grave. Los dos adultos, tendidos en la cuneta, no han salido bien parados: uno de ellos se queja de la pierna, que ha tomado una forma nada anatómica, y el otro parece haber sufrido varios golpes pero no los siente, puesto que ha perdido el conocimiento. Si les pusiera un color a cada uno sería el verde, el amarillo y el rojo, respectivamente.
La fortuna quiere que en uno de los coches que se encuentra retenido por el accidente viajen una médico y una enfermera del centro de salud, a las que proporciono el material necesario para comenzar los primeros tratamientos al rojo (abrir la vía aérea, oxígeno, sueros) con la ayuda del primero de mis compañeros; al mismo tiempo, el segundo evalúa al amarillo y pide al técnico municipal que se ocupe del verde.
Pasados unos minutos llegan la UVI y los bomberos, por lo que se impone una rápida reorganización: los sanitarios del centro de salud atienden al niño verde en la ambulancia municipal mientras mi equipo y yo inmovilizamos al amarillo, ya que ahora no tengo que estar pendiente del combustible, y la UVI continúa con los tratamientos avanzados al rojo. Esto es otra cosa, ahora jugamos en igualdad de condiciones.
Por suerte, amarillo no está tan dolorido como sugiere la deformidad de su pierna, así que sólo nos queda realizar la inmovilización de la extremidad y del eje del cuerpo, para posteriormente prepararlo para el traslado. Informamos de esto a la dotación de la UVI mientras ellos se afanan en prestar los cuidados a rojo para que de camino no surjan más complicaciones. La ambulancia municipal partió hace unos minutos hacia el hospital con verde y el equipo del centro de salud en su interior.
Finalmente los tres pacientes llegan al hospital en el mejor estado que les permiten las lesiones respectivas, y tras las transferencias hospitalarias los diferentes equipos iniciamos el camino de vuelta. Todavía nos queda por delante la limpieza y la reposición del material… Creo que hoy nadie nadie estará molesto por no haber podido dormir siesta.
Madrid112 (no relacionada)
Muy buena y didáctica la idea de los colores. Además el blog engancha bastante.
Un saludo.
Gracias; en un primer momento mi intención era que no se confundieran los pacientes, pero creo que también puede venir bien para introducir una futura publicación sobre la clasificación de heridos, también conocida como triage.
Otro saludo para ti.
Emil, eres un crack.
Yo tampoco olvido esa no-siesta. Épico, sí señor. 😉
m
Gracias 🙂 Si me he dejado algo en el tintero te invito a refrescarme la memoria. Como no me gusta espamear a mis amigos el otro teleco en liza no está todavía avisado, así que si quieres hacer los honores por mi perfecto.
Muy buena, si señor!! Me acuerdo (aparte de por el incidente) porque esa era algo así como tu tercera guardia en la base, y te estábamos dando calorcillo amistoso. Se te ha olvidado un detalle, el señor que dio el aviso venía lleno de sangre (que no era suya), de ahí el desconcierto inicial. Que tiempos!!! Te portaste como un auténtico jabato!! 😉 Gracias por recordarlo!! Ahora tienes que hacer la crónica del «encocao» que atravesó la ventana del puesto con la pierna!!
La verdad es que no recordaba lo de la sangre ajena, se nota que la historia tiene más de nueve años de antiguedad. Por la misma razón no estoy seguro de si durante la otra situación a la que te refieres estaba yo presente o simplemente os relevé y me lo contasteis…
Espero que el blog no se borre nunca porque como tenga que confiar en mi memoria para recordar las intervenciones vamos listos.