Presionado por el sonido de las sirenas, el repartidor cierra las puertas traseras de su furgón y se apresura a volver a los mandos para emprender la marcha. Los avisos por el casco antiguo de la ciudad presentan varios inconvenientes, como los angostos callejones; dificultan las maniobras rápidas y en ocasiones se bloquean durante unos instantes.
Un giro a la derecha y hemos llegado: parto en curso, nos transmitió la central. En estos avisos frecuentemente la embarazada se encuentra a término con contracciones muy espaciadas, por lo que basta con valorarla y decidir el vehículo más adecuado para el traslado al hospital. Menos frecuente, aunque posible a partir del tercer embarazo, es llegar y encontrarnos con un recién nacido en sentido literal. Y lo excepcional es una situación como la siguiente.Alcanzamos la altura superior del bloque cargados con todo el material para madre y posible hijo, y de nuevo tenemos la sensación de que todos los avisos sin ascensor suceden en el último piso; la puerta de la vivienda se encuentra entornada, y a nuestra pregunta responde una exclamación desde el interior «Aquí, en el dormitorio». Tendida en su cama se encuentra la mamá en ciernes, con gesto dolorido debido a una contracción. El resto del equipo esperamos impacientes mientras la doctora Eva realiza la primera exploración… Está coronando, es el resultado.
Sabemos lo que eso significa: Carol, la enfermera, viste de estéril a Eva, mientras ésta le explica brevemente el proceso a la madre. Al tiempo que la monitorizo, Jack prepara la zona del parto. Sólo resta situarnos en nuestros puestos: Eva dará la bienvenida al nuevo y yo la asistiré con el instrumental; desde la misma cama y sin dejar de vigilar el monitor Carol ofrece su mano a la mamá, y Jack dispone y comprueba el material de reanimación para neonatos. Vamos allá.
Eva acompaña en su avance un pequeño rostro rosado que emerge todavía cubierto de líquido. Súbitamente, algo ocurre y sus manos cambian de posición: una se apoya en la cabecita para detener su avance mientras un dedo de la contraria rebusca algo en el interior a través de un espacio prácticamente inexistente. Cuando todavía me pregunto qué ocurre, el dedo vuelve al exterior en forma de gancho, trayendo consigo un cordón de tonos indefinibles. Ya lo entiendo: se ha percatado de que el cordón umbilical rodea el cuello del bebé y el mismo nacimiento podría provocarle daños irreversibles, incluso la pérdida de la vida que todavía no ha alcanzado.
Me dispongo a preparar pinzas y tijeras cuando, con extrema pericia, Eva logra rodear la cabeza con el cordón, liberando al bebé. Todos respiramos hondo. Ya sólo queda maravillarse mientras el recién llegado termina su primer viaje, para posteriormente lanzar sus quejas al aire y descansar sobre el pecho de su madre. Los primeros exámenes muestran que ambos se encuentran bien, por lo que permito que la curiosidad me venza: ante mi pregunta, Eva me relata que este es el tercer parto que ha atendido, y que la maniobra del cordón la vio en vídeo durante un curso. Y nosotros idolatrando a futbolistas y tertulianos, digo para mis adentros.
El chirrido de los goznes revela que se ha abierto la puerta de la vivienda de enfrente, lo que provoca cierto desasosiego en la madre. Es mi vecina -explica-, me horroriza que lo cotillee con todo el barrio. Un rápido vistazo por la mirilla es suficiente para corroborar que la susodicha se encuentra apostada en el rellano, dispuesta a no dejar escapar ni el menor dato. Carol, siempre yendo más allá por los pacientes, no duda en elaborar un plan: Eva y yo saldremos en primer lugar con el bebé disimulado en uno de nuestros abrigos, y cuando salgas tú le respondes que no te ocurre nada grave. Perfecto.
La primera parte del guión discurre según lo previsto, y cuando Jack y yo estamos trasladando a la madre, la vecina efectivamente interrumpe nuestro paso y la interroga. Nada importante, parece un cólico. La exclamación de la vecina pone a prueba toda nuestra profesionalidad: «¡Huy, un cólico! ¡Eso le pasó a la del segundo y duele como un parto!»