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Ambulancia de Cruz Roja en intervención nocturnaCambiar el vehículo nunca es una tarea agradecida, pero hacerlo una tarde de verano resulta verdaderamente pesado. Comprobar a fondo un furgón para posteriormente completar su equipamiento no nos emociona en absoluto, pero al menos asegura que no echaremos nada en falta cuando más lo necesitemos. Comparto la guardia con dos compañeros que se incorporaron no hace mucho tiempo, por lo que a buen seguro aprovecharán la minuciosa revisión.

Una vez finalizada la tarea, la cena transcurre plácidamente intercambiando impresiones sobre sus progresos laborales con Casas, el cuarto del equipo. Es más que agradable constatar que gracias a su presencia la situación se mantendrá bajo control, sea lo que sea lo que nos aguarde esta noche. Pasan unos minutos de las dos de la madrugada cuando la estridente alarma de la emisora nos hace saltar desde el sofá a recibir el aviso: en un centro de urgencias de una pequeña localidad, un niño ha sufrido una crisis epiléptica.

Los destellos anaranjados iluminan fugazmente los árboles que rodean la interminable carretera a nuestro paso, mientras nos extrañamos por lo infrecuente de la solicitud: habitualmente, si hay riesgo de nuevas crisis el traslado al hospital lo realiza una UVI-móvil, y si no lo hay son los padres del paciente lo que evitan la demora mediante su vehículo particular.

La enfermera que nos recibe nos informa de que efectivamente los padres partieron con el niño unos minutos atrás. Mientras les explicamos que en la próxima ocasión deben anular la llamada para nosotros quedar disponibles, el timbre del teléfono del centro nos interrumpe. Es para vosotros… nos mira la doctora tras responder. Qué extraño, la central es la única que conoce nuestra localización y nos hubieran llamado a través de la radio; Casas recibe el auricular, y sorprendentemente no es Miguel Gila el que se encuentra al otro extremo.

La Policía Local necesita un equipo sanitario por un accidente de tráfico que acaba de ocurrir en las afueras del pueblo. La coincidencia resulta providencial para las compañeras de aquel pequeño centro rural, puesto que de este modo no necesitan abandonar su puesto. En apenas un minuto alcanzamos el lugar, descubriendo que un utilitario ha volcado y se encuentra fuera de la carretera. Casco y gafas, guantes, trescuartos… Una vez equipados con el material de autoprotección, pido a los dos compañeros nuevos que no se separen de mi, nos hacemos con los botiquines y bajamos de la ambulancia para evaluar la escena.

En el interior del vehículo hay tres jóvenes de nuestra edad; En la parte posterior, dos de ellos no pueden abandonarlo dado que el fuerte impacto ha deformado la estructura atrapando parte de sus piernas, y exigen a gritos que les liberemos; el tercero, sin conocimiento, mantiene su posición de conductor, tan sólo sujeto por el cinturón de seguridad. A este último no sería difícil liberarle -cualquiera de nuestras tijeras puede cortar lo que le retiene- pero al encontrarse inaccesible y colgando boca abajo, la maniobra le podría causar daños irreparables en una columna posiblemente dañada. Tras valorar la estabilidad, Casas se introduce en el habitáculo reptando sobre el techo, corta el contacto y comienza a valorar al paciente. No me importaría en absoluto estar en su lugar, pero mi rol es otro, y no menos trascendente.

Al otro lado de la calzada yace otra joven, posiblemente la acompañante. Mientras me relata cómo ha salido del coche para tumbarse en ese lugar, compruebo su respiración y pulso, que no parecen afectados. Empezamos. –¿Recordais la evaluación inicial del paciente traumático? Adelante– pregunto, encomendando así la tarea a los dos compañeros libres. Central: cuatro heridos, tres atrapados, uno de ellos grave; necesitamos más ambulancias y bomberos, informo a través del walkie mientras corro hacia la ambulancia.

Tras recoger el material necesario, comienza la segunda ronda: en el vehículo asisto a Casas con las primeras medidas de apoyo vital al inconsciente (collarín, vías respiratorias, oxígeno) al tiempo que converso con los otros dos atrapados tratando de calmarles. Levanto la vista y aprecio que el número de transeúntes se ha multiplicado, varios de ellos rodeando a mi dos compañeros y a su paciente. No podemos dejar que la situación se desborde: empleando el material adecuado dirijo la inmovilización completa de la paciente, lo que nos permite resguardarla en el interior de la ambulancia, donde permanece acompañada de los dos técnicos.

Esto me permite volver al vehículo accidentado para evaluar el estado de los dos atrapados, puesto que ya no gritan con la misma intensidad, lo que paradójicamente resulta preocupante. No he terminado de valorarles cuando escucho una discusión que parece provenir de un lugar sospechosamente familiar… No puede ser. Corro de nuevo hacia la ambulancia para expulsar con cajas destempladas a los testigos que habían hecho de ella lugar para su discusión, desesperando a la paciente y mis compañeros, a los que exijo que aseguren las puertas tras mi salida. Pido ayuda a los agentes municipales, que hacen lo imposible por controlar una muchedumbre cuyo número ya parece superior a la propia población del municipio.

Han transcurrido un par de minutos cuando, súbitamente, un resplandor me ciega durante unos segundos. Giro la cabeza para encontrar su fuente y descubro una agradable sorpresa: el camión de rescate de bomberos, mientras vacía su interior de personal, ha elevado y prendido el mástil telescópico de iluminación, lo que facilitará enormemente la tarea. También vislumbro la llegada de una UVI móvil y una ambulancia de Protección Civil. Ahora sí. Tan sólo resta que Casas proteja a nuestro paciente invertido y que los bomberos pongan en marcha las herramientas hidráulicas que, siempre acompañadas del ruido sordo del compresor, creen un nuevo acceso al habitáculo; la extracción se hace así posible, deslizando al paciente sobre una tabla diseñada al efecto en la que se le asegurará para continuar en la UVI móvil los tratamientos previos al traslado.

Las herramientas hidráulicas opuestas fuerzan a la estructura trasera del vehículo, mediante un amargo chirrido, a recuperar su forma original y así liberar a los otros dos pacientes. Al mismo tiempo que se incorpora una segunda UVI-móvil, la otra ambulancia traslada al hospital a la paciente, liberada en su caso de la presión ambiental. Finalmente, y pese a nuestra insistencia, los dos pacientes ahora libres firman el alta médica en el mismo lugar y vuelven caminando a su casa, puesto que sólo han sufrido alguna contusión en las piernas. La imagen de ambos caminando por la cuneta con sus amigos, ajenos al milagro que acaban de experimentar, ocupa nuestra conversación durante la vuelta a la base.

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