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Incendio en ViviendaUna noche más, la Dra. Espejo y yo nos despedimos de Victoria en el portal de esta última; en esta ocasión ha tardado unos minutos en admitir que la soledad y la tristeza son los verdaderos motivos de su llamada. Nos gustaría hacer algo más por ella que realizarle un rápido examen para descartar las enfermedades más habituales y recomendarle que refuerce su vida social y que cuente su estado de ánimo al médico de cabecera, pero no lo encontramos. Nos marchamos con tan sólo una certeza: volveremos a verla en breve, ya sea en la consulta del centro de urgencias o en su domicilio.

Desde un punto de vista algo frívolo podríamos interpretar que todos los avisos son bienvenidos -especialmente casos como este que no implican riesgos, trabajo duro ni grandes responsabilidades- ya que colaboran en las estadísticas que justifican el mantenimiento de los recursos en épocas de escasez presupuestaria; pero jamás hay que perder de vista que mantenernos ocupados con avisos que podrían resolverse por otros medios retrasa la asistencia de los demás pacientes, alguno de los cuales puede estar verdaderamente grave. De todas formas ¿Qué más da? No tenemos ninguna potestad sobre los avisos a los que nos mandan. No tardaría mucho en sentir que alguien escuchaba mis divagaciones.

Al tiempo que tecleo en la emisora los códigos de finalización del aviso, Espejo trae al frente de la carpeta un informe en blanco para recoger el nuevo aviso. La voz del compañero de la central suena aún mas firme a través de la emisora: incendio en vivienda, UVI móvil y bomberos en camino. No puedo evitar el trote del ritmo del corazón mientras activo las luces de emergencia y acelero rumbo al lugar. Acostumbrado a conducir pequeños camiones de cuatro toneladas, un utilitario ágil pero potente como el actual supone un pilotaje tan preciso como delicioso.

El bloque afectado se encuentra a media altura de una larga calle de un sentido, al final de la cual apreciamos un camión de bomberos acercándose hacia nosotros. Detengo el vehículo a uno de los lados para no obstruir el paso de otros vehículos, nos hacemos con los equipos de autoprotección y así como con el resto de material y caminamos decididamente hacia el ácido destello multicolor.

El color de su casco nos permite localizar fácilmente al mando de bomberos, que supervisa como parte de su personal se afana en extender las mangueras mientras otros evacuan el interior del bloque y localizan posibles víctimas. Le informamos de la zona que usaremos para clasificar y tratar a los posibles heridos, y por su parte nos confirma que el piso en el que se inició el incendio parece estar ocupado.

Cinco minutos después, dos bomberos emergen de la densa nube acompañando a una mujer, vestida tan sólo con un camisón envejecido por el hollín. Ya en el punto de asistencia sanitaria, nuestro artilugio que mide su oxigenación nos da buenos valores, pero dado que una de sus limitaciones es precisamente en intoxicados por humo tenemos que fijarnos más en el paciente: en este caso las vías respiratorias están manchadas de hollín, lo que indica que ha aspirado abundante humo y que por lo tanto puede sufrir complicaciones en minutos; alguna de ellas, como la hinchazón de la laringe, podría conducirla a la muerte por asfixia. El oxígeno, ahora aplicado a la máxima concentración, trata de desprender el monóxido de carbono que se agarra poderosamente a su hemoglobina, y así revertir en lo posible el proceso; mientras, mi compañera le canaliza una vía venosa para poder aplicar medicación con efecto inmediato. Somos conscientes de que esto no es suficiente, pero no podemos hacer más que esperar hasta que, pasados escasos minutos, identifico la brillante silueta de la UVI móvil al comienzo de la calle.

No todo está ganado. A pesar de haber pasado ya la medianoche, el inesperado bloqueo de la angosta calle ha generado una interminable fila de vehículos que impide a la UVI móvil alcanzar nuestra posición: no les queda otra opción que hacer el trayecto a pie cargados con las mochilas, el monitor y la bombona de oxígeno. Ellos constatan que el empeoramiento de la paciente requiere asegurar sus vías respiratorias mediante un tubo traqueal, pero para conseguirlo deben encontrarse en la cabina asistencial de su vehículo, alejado varios cientos de metros. Sus dos técnicos desandan el camino para volver cargados con la camilla, para así colocar en ella a nuestra paciente y recorrer una vez más el trayecto de vuelta, jalonado de obstáculos como el mobiliario urbano y los vehículos que forman la retención.

Para entonces, las alarmas de su monitor -capaz de calcular el nivel de monóxido de carbono- se han disparado. El médico y la enfermera se adelantan para preparar el material y así no retrasar ni un segundo la maniobra. Una vez que el paciente se encuentra en el interior de su vehículo ellos se hacen cargo completamente y la intervención por nuestra parte finaliza, pero hay algo que me impide sentir satisfacción: una circunstancia ha impedido que un paciente grave reciba inmediatamente tratamiento. Una tarea aparentemente secundaria como la regulación del tráfico puede transformarse en crítica, por lo que resulta fundamental que ninguno de los componentes falle. Y aunque esta teoría es aplicable en casi todos los ámbitos, en el nuestro las consecuencias van más allá de retrasos en la producción. Hablamos de personas.

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