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Accidente múltiple sin heridosEl autobús que me traslada de vuelta desde la Universidad parece un buen lugar para enviar los mensajes de texto que preparen la noche. Es Viernes, y la libranza de dos días de que hoy comienza me permite disfrutar de unas animadas cervezas que resultan, tan sólo, los preliminares; cuando nuestro camarero de cabecera nos anuncia el momento del cierre decidimos dirigirnos a uno de nuestros templos.

Allí, la música independiente estimula la generosa vida social, catalizada por los combinados espirituosos. Mientras los haces de luz coloreada se entrecruzan siguiendo ritmos electrónicos, concluyo que aunque haya decidido vincular inexorablemente mi camino a la asistencia sanitaria, necesito estos momentos de confidencias, bromas, miradas, presentaciones, intercambios e ingeniosas promesas. El tiempo transcurre de forma sorprendentemente fugaz al disfrutar y, finalmente, nuestras pupilas se contraen por la acción de los deslumbrantes focos que, junto con el último tema del DJ, provocan que consensuemos una retirada.

Jesús, como es habitual, es el piloto del retorno; aún siendo alguien totalmente extraño a mi mundillo laboral, es referencia frecuente frente a mis dudas existenciales de cualquier índole. Circulamos por la principal arteria de la capital cuando un descubrimiento interrumpe súbitamente el emotivo análisis de la velada: varios coches acaban de colisionar frente a nosotros. Para aquí detrás, le indico a Jesús al tiempo que él enciende el indicador de emergencia.

Todavía en el coche me contorsiono para colocarme el estridente chaleco reflectante, mientras reflexiono: me veo capaz de manejar la situación, pero ¿Mi confianza puede provenir del alcohol? Me pondría en riesgo a mí mismo, o lo que es peor, a alguien ajeno. Decido probarme recordando los esquemas generales de actuación en accidentes de tráfico y de reanimación básica, y ambos acuden ordenadamente a mi pensamiento. Suficiente, vamos allá.

Los vehículos se encuentran inmovilizados en el centro de la calzada, pero no parece haber ningún atrapado en su interior. La respuesta afirmativa a mi pregunta de si todos se encuentran bien me tranquiliza, por lo que paso a comprobar que los frenos de estacionamiento aseguran los coches y que el contacto de todos ha sido desconectado. Aviso telefónicamente al 1·1·2 para confirmar la ausencia de heridos y reclamar la presencia de la Policía Municipal.

Ahora el principal problema es la rápida circulación a ambos lados, apenas separada unos centímetros de los accidentados. Es necesario protegernos. Tras ordenar que todos se vistan con los chalecos reflectantes, coloco uno de sus triángulos en uno de los sentidos y pido a uno de los conductores que haga lo propio en el contrario.

¿Qué mas? Si la situación se mantiene, quizás sea lo mejor reagrupar a todos los afectados para dirigirnos a un paso cercano y cruzar a la acera cuando sea posible… Parece que no será necesario, ya que mi trabajo ha terminado pues vislumbro con alivio los azules destellos de una patrulla de Policía Municipal. Mientras ésta se dirige hacia nuestra posición a gran velocidad, repentinamente me imagino dando explicaciones de qué hago ahí a los agentes, que indudablemente captan mi aliento etílico…

¡Nos vamos! le digo a Jesús, que se incorpora con agilidad a la circulación mientras cierro bruscamente la puerta. Al rebasar el accidente, alguno de los presentes me dirige la mirada con extrañeza, y lamento no estar en disposición de proporcionar explicaciones. Por un momento considero la posibilidad de que el vehículo policial nos considere parte implicada y decida emprender una persecución en lo que sin duda sería una gran historia, pero afortunadamente se detienen tras el accidente para señalizarlo.

Te hice una foto con el móvil cuando ibas a colocar el triángulo, aunque no se ve gran cosa. Genial, luego me la enseñas.

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