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Panel con varias direccionesEl área iluminada por los faros del coche constituye la única referencia en la interminable carretera comarcal, desierta durante la frontera entre la noche y la madrugada. Son muy habituales, pero no consigo acostumbrarme a este tipo de avisos, reflexiono en voz alta; la doctora Oriente, mi acompañante esta noche, parece coincidir conmigo. En este caso, el paciente psiquiátrico agresivo se encuentra en una pequeña localidad, alejada incluso de nuestro área de trabajo habitual.

Un recién estrenado uniforme de la Guardia Civil destaca en el acceso a la pequeña vivienda, donde el agente se detiene a relatarnos lo complejo de la situación: Elena, nuestra paciente, ha amenazado a su pareja y a su hijo adolescente con un cuchillo, por lo que el segundo agente está reteniendola. La entrevista de Oriente con la familia y la lectura de los múltiples informes clínicos previos revelan detalles sobre lo ocurrido tanto en este como en anteriores episodios.

Las técnicas específicas de la doctora parecen suficientes para conseguir que Elena descanse sobre la cama y el ambiente se relaje, lo que permite su liberación. A pesar del rechazo parece necesario el traslado al hospital, dado que la falta del control del tratamiento implica no saber cuándo se pueden repetir las graves crisis de agresividad. Solicito la unidad especial de psiquiatría, acondicionada para el traslado de estos pacientes con seguridad para ellos y para el personal, y tratamos de mantener la tensa calma durante los largos minutos de espera hasta la llegada del recurso.

Me cuesta asumir lo intrascendente de mi papel en estos casos: aunque agradezco el trato con pacientes de cualquier perfil, creo que los psiquiátricos necesitan una única referencia que les guíe -generalmente el médico- por lo que he de limitarme a escuchar la familia, desbordada por la situación a pesar de lo relativamente habitual de la misma. Por supuesto colaboro tanto en la atención sanitaria como en la contención del paciente cuando resultan necesarias, pese a que esta conducta discreta pero aparentemente represora me adjudica el rol de villano.

El tiempo parece no transcurrir cuando, súbitamente, Elena se incorpora explicando que tiene que ir al aseo; de inmediato parece cambiar de intención y se recuesta en el sofá y prende un cigarrillo, dirigiendo una desafiante mirada a Oriente. Se pone en pie de nuevo y comienza a increpar a sus familiares responsabilizándoles de la situación. Uno de los guardias y la doctora se ocultan en la habitación aneja, por una razón que no tardo en descubrir.

Por un lado, Oriente insiste en que no es positivo tolerar abiertamente este comportamiento, puesto que Elena es plenamente consciente del mismo, y así lo reflejan los registros de las intervenciones previas. Su argumento se basa en que la falta de límites le proporcionará una sensación de poder que hará mucho más difícil la solución de este caso y de los que queden por llegar.

Por su parte, los agentes -ambos de aproximadamente mi edad y en el extremo opuesto de los tópicos que inundan su profesión- justifican su actitud menos activa en el hecho de que ni pueden ni quieren detener a una persona que, a su juicio, no posee plenamente sus facultades mentales, y que por tanto deben limitarse a solicitar la ayuda adecuada (eso seríamos nosotros) e impedir que se haga daño a ella misma o a los demás.

Afortunadamente, la discreta desavenencia no impide la estrecha colaboración entre ambos cuerpos, por lo que no tengo que usar mis habilidades de mediación. Pero Elena sí que parece darse cuenta de lo que se desarrolla fuera de su vista, dado que ahora adopta una actitud más agresiva frente a Oriente, pasando a ser la médico el nuevo objetivo de las acusaciones y los improperios.

Mientras vigilo de cerca los acontecimientos, no puedo evitar mi propio debate: por un lado parece que efectivamente Elena tiene en cuenta las consecuencias de todos sus actos presentes e incluso futuros, pero por otro me parece arriesgado ir más allá de una intervención de limitación de los daños. En cualquier caso agradezco enormemente no ser yo el responsable máximo de la asistencia, especialmente porque creo que podría estudiar años y años el tema y seguiría sin tener el dominio necesario para hacerme con el control de situaciones tan complejas.

Finalmente, la aparición de los técnicos de la ambulancia psiquiátrica provoca un cambio en la actitud de Elena. Al reconocerse de otras situaciones similares, y recordando que cualquier intento de resistencia resultaría tan inútil como incómodo, accede a ser acompañada hasta el vehículo en cuyo interior es acomodada antes de partir hacia el hospital.

Durante el largo camino de vuelta a la base, comparto con Oriente una certeza, probablemente la única referencia que ilumina el oscuro desconocimiento en el que estos avisos están sumergidos: no me cambiaría jamás por Elena ni por nadie en su situación, deben de pasarlo realmente mal. De nuevo, estamos de acuerdo.

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