¿Otra vez aquí? ¡Si ni siquiera hace veinte minutos! Al vernos junto a un nuevo paciente, la médico clasificadora a la entrada de urgencias no disimula su sorpresa. Quizá si esconde cierto desánimo al prever, en caso de mantener el ritmo, una noche saturada de trabajo. Llegados a este punto, el reto que afronto junto a Martes no es trasladar el máximo número de pacientes posible -ya se encargan otros compañeros de batir récords- sino el no dejar escapar la humanidad en el trato, lo que resulta en ocasiones complejo dada la presión asistencial. ¡Ya verás como no te da tiempo a echarnos de menos! deja caer Martes al pasar, ya con la camilla vacía, frente a la puerta de la sala de triaje.
El destino que nos comunica la emisora es conocido: un centro de internamiento de menores al que ya hemos acudido en un par de ocasiones, y en el que nos asombra la entrega de los trabajadores: son en ocasiones más jóvenes que ellos -al igual que nosotros- pero aún así se encargan de los allí recluidos con dedicación casi fraternal. Al apearnos del furgón en el patio central del edificio parece apreciarse cierta actividad en su interior, pese a que ya hemos alcanzado la madrugada.
Mientras uno de los tutores nos acompaña a la estancia de nuestro paciente, nos damos cuenta de que algo ocurre. En lugar de dormir, los internos golpean las rejas de las puertas y nos increpan mientras recorremos el interminable pasillo. La reminiscencia cinematográfica resulta inevitable provocando que deseemos salir de allí de inmediato. El trabajador, visiblemente azorado, desbloquea el acceso a la estancia y nos indica cual de los dos residentes es nuestro paciente. Al dirigirnos a él, súbitamente su compañero de estancia se lanza hacia Martes, al grito de «¡Tú me metiste aquí!» y le lanza un puñetazo que, a pesar de la desesperada finta, le roza la mandíbula.
Tras el segundo de confusión inicial, Martes no se lo piensa y responde con un directo de derecha, por lo que el interno se ve obligado a retroceder para no detenerlo con su rostro. El tutor aprovecha este movimiento para tratar de retener al agresor, en lo que parece un buen momento para batirse en retirada: agarro a nuestro paciente del brazo y, esperando que su enfermedad no le impida correr, tiro de él al tiempo que exhorto a mi compañero a huir. El ambiente del pasillo se ha caldeado hasta extremos terroríficos, y amenaza con contagiarse a todo el centro.
Una vez en la puerta de acceso al patio principal, decenas de exaltadas voces forman un coro ensordecedor, haciéndonos constatar que efectivamente el disturbio se ha extendido a todo el centro. Llegar hasta el vehículo no va a ser fácil, puesto que ahora somos el objetivo de una lluvia de objetos diversos lanzados desde las innumerables ventanas que nos rodean. ¿De dónde sacarán todo lo que tiran? Al momento distinguimos una puerta metálica de taquilla, arrojada a través del enrejado de una ventana, impactar estruendosamente contra el suelo. Perfecto: están desarmando sus propios muebles, usando sus piezas a modo de proyectiles.
¡Ahora! Martes, el paciente y yo aprovechamos una breve tregua -posiblemente con objeto de rearmarse- para correr hasta la ambulancia y resguardarnos tras ella. Tratando de no abandonar el ángulo de cobertura que nos proporciona el lateral de la furgoneta conseguimos acceder a su interior, para finalmente recuperar el aliento mientras nos ponernos en marcha.
Se supone que debemos estar preparados para todo, pero sinceramente no me esperaba algo así, comento con mi compañero durante el trayecto. Si llega a ir a por mi seguramente hubiera hecho falta otra ambulancia más… La confianza permite traer la pregunta que flota en el ambiente: ¿Realmente os conocíais? ¿Quién, ese y yo? Ni de lejos. No alcanzo a comprender la razón de una agresión tan dirigida, aunque pensándolo bien el tiro al blanco estuvo más repartido pero igualmente injustificado.
Tengo que hacer todo lo posible por no volver allí -recapacito mientras recorremos la rampa que da acceso a Urgencias- porque no tiene sentido un mal rato como este. Pero no habrían de pasar más una decena de días para vernos allí de nuevo, aunque en una historia diferente.
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