Tras recibir los datos del aviso, la mirada que intercambio con Martes lo expresa perfectamente: ninguno de los dos deseamos volver allí. Apenas han transcurrido dos semanas desde la agresión, las carreras y el tiro al blanco en el centro de internamiento de menores, pero durante ese tiempo hemos consensuado con la directiva de nuestra empresa que esperaremos a los pacientes en el exterior del centro. Es el momento de ver si resulta el plan.
En la entrada nos reciben varias furgones de la Unidad de Intervención Policial. Parece un lugar seguro para detener nuestra furgoneta, de aspecto vulnerable frente a las intimidatorias armaduras de los vehículos que la rodean. Central, avisad de que estamos en el punto acordado esperando al paciente. Al minuto un trabajador del centro sale a nuestro encuentro: ¡Vamos, por qué no pasáis!, exclama antes de alcanzarnos. La última vez que entramos nos agredieron, por lo que acordamos esperar aquí a que lo traigáis ¡No podemos, está sin conocimiento!
La telepatía se activa una vez más: superado el primer mes trabajando juntos el ritmo endiablado de los avisos ha acelerado nuestro aprendizaje, y también nos ha imbuido algo de escepticismo. Pese a que ninguno de los dos alcanzamos los veinte años de edad, no somos nuevos en esto. Tras nuestra firme y reiterada negativa, el trabajador vuelve sobre sus pasos murmurando algo sobre una denuncia.
Uno de los agentes allí presentes nos relata que están allí apostados a la espera, puesto que se sospecha que pueda ser necesaria una intervención como la que tuvo lugar hace unos días, cuando una visita de ambulancia -nuestro anterior aviso- desencadenó el caos. Desconocemos la relación entre las revueltas y nuestras intervenciones, pero una posible causalidad nos inquieta. El policía nos informa de que, debido a la ley del menor, los allí internos son condenados por delitos de sangre -agresiones o asesinatos- ya que en caso de cometer otro tipo de infracciones no son privados de libertad. A pesar del carácter del centro muchos de los residentes tienen más de dieciocho años, puesto que se se les impuso la condena máxima de tres años poco antes de alcanzar la mayoría de edad.
Pasados unos instantes sale del edificio un grupo de cinco trabajadores, portando trabajosamente hacia nosotros el cuerpo aparentemente inerte de un fornido muchacho. Vaya, dada su constitución se puede asegurar que las instalaciones disponen de gimnasio y que hacen un uso intensivo del mismo. Tras tumbarlo sobre la camilla de la ambulancia, Martes realiza una de las «mágicas» pruebas que nos permiten a los profesionales discriminar si la situación se origina en el cuerpo o en la mente del paciente: éste responde positivamente, por lo que las posibilidades de que su enfermedad sea orgánica disminuyen.
La ambulancia emprende la marcha a través de la oscura carretera de acceso al centro cuando por el espejo retrovisor contemplamos como nuestro paciente inconsciente, al encontrarse ya libre de vigilancia, se pone en pie de un salto, para inmediatamente comprobar si las puertas de la cabina asistencial permiten la apertura desde el interior.
¿Martes, ahora qué hacemos? Ni idea… Si cae a la carretera puede que nos responsabilicen de sus lesiones, pero si nos detenemos parecerá que le estamos facilitando la huida. No parece fácil descubrir la solución más razonable. Creo que haré como que no he visto nada -determino- estamos entrando en la autovía, échale un ojo pero no creo que trate de lanzarse a esta velocidad.
Pocos minutos después nos alegramos al descubrir que una patrulla policial aguarda nuestra llegada en el acceso de urgencias. Tras transferir al revivido paciente al hospital, ahora acompañado de los agentes, informamos de nuestra disponibilidad de la central y nos preparamos para anotar el siguiente aviso. En mi formación no me prepararon para casos como este, comento. Es verdad, estas situaciones son raras; si las contáramos parecerían inventadas.
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El mes siguiente la noticia de las revueltas en el centro de menores saltó a los titulares de la región, por lo que la Comunidad sustituyó a la empresa que lo gestionaba. Hasta donde tengo conocimiento, hoy en día el centro funciona correctamente y los menores internados disfrutan de unas condiciones adecuadas. Mi profunda admiración por sus trabajadores permanece.
Efectivamente, este tipo de casos y situaciones no sólo sucede en los simulacros y ejercicios de algún raro y rebuscado monitor de prácticas… 🙂
Que miedo!! Alguno de los policias de la Unidad de Intervencion Policial ya se podría haber metido en la ambulancia a acompañar al «enfermo».
Marcos, efectivamente nos pasaban cosas raras, pero ninguna como esos simulacros de múltiples víctimas en un cine en el que resulta que los espectadores son invidentes, y no miro a nadie…
Miguel, reconozco que no recuerdo por qué no nos acompañó alguno de los agentes, supongo que por un lado no podrían dejar su formación y por otro el traslado no les parecía peligroso. La única ventaja que teníamos era que el chaval era tan grande que no cabía por el ventanuco que separa la cabina asistencial de la de conducción, y por lo tanto no podía alcanzarnos. O al menos no lo intentó.
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