El suave comienzo de una melodía se introduce sin permiso en mis sueños desde el altavoz del móvil y me arrastra al aparentemente terrible mundo real. Giro sobre mi mismo extendiendo un brazo que alcanza inesperadamente el colchón. Mierda. Esta noche también dormía en casa de sus padres. Mediante un exagerado esfuerzo despego los párpados y me encamino al baño.
Pensamientos fluyen como el agua que recorre mi rostro antes de precipitarse al desagüe de la ducha. No puedo volver a perderla. Ya seco pero todavía afectado por la madrugada, otra preocupación me embarga al dirigir una desalentadora mirada hacia los dispositivos electrónicos que se entremezclan con diversa documentación sobre el escritorio. Tengo que encontrar la salida al proyecto fin de carrera o se enquistará para siempre. Relleno la alforja y completo la preparación engullendo un par de galletas. Una rápida comprobación al tacto de que hoy tampoco he olvidado afeitarme y salgo de casa.
Siento el metálico chasquido de la zapatilla cuando se fija al pedal: ahora mi bicicleta ya no es un objeto más, sino una extensión de mi cuerpo. Puedo sentir como se emociona al acelerarse, flanqueada por árboles, cruzando el parque pendiente abajo; el aire que me golpea el rostro erosiona el contenido de mi mente hasta liberarla. Bastan un par de pedaladas para atravesar el puente sobre la M-30; callejear no es un problema sobre dos ruedas bien afinadas, por lo que cruzo la puerta de la base de la UVI móvil con un par de minutos de antelación sobre el comienzo de la guardia, mientras reconsidero el eterno propósito de salir antes de casa.
¡Buenos días! ¿Qué tal va hoy la máquina? Pregunta la figura que sobresale tras la puerta de la taquilla. Bien, aunque una de las zapatas de atrás chirría un poco. Heihachi es tremendo. Ha pasado más de un año desde que Jack se cambió a SAMUR, y tras el baile de compañeros casi había perdido la esperanza de encontrar alguien con quien volver a trabajar realmente agusto. Pocos meses atrás, al comenzar su primera guardia en UVI-móvil, él me reconoció como su tutor de prácticas en Cruz Roja de hace años, y debió de atraerle el mundillo porque se vinculó a él irremisiblemente.
El saludo matinal no es cortesía: Heihachi domina la mecánica de las bicicletas y la de los automóviles, por lo que es mi maestro en las reparaciones de mis vehículos, tanto el personal de dos ruedas como el profesional. Ambos nos tomamos el trabajo con absoluta entrega, lo que nos hace disfrutar cada día con la ilusión del primero. Prácticamente me dobla en edad, pero su forma física es sencillamente impresionante; casi tan increíble como su capacidad para ascender por paredes terroríficas para el resto de los mortales.
La puesta al día mutua coincide con el ritual de preparación: las botas reforzadas permitirán el acceso a casi cualquier lugar, la linterna arrojará la luz necesaria para trabajar en la oscuridad, las tijeras descubrirán inmediatamente a cualquier paciente grave, y con la herramienta múltiple podremos reparar inmediatamente cualquier desperfecto. Tan sólo resta colgar la emisora portátil del cinturón, cuya extensión recorre mi espalda cual serpiente hasta alcanzar el hombro.
Mientras caminamos hacia la ambulancia con los equipos de protección y los cascos bajo el brazo, creo reconocer en él idénticas sensaciones: nadie más es consciente de ello, pero recae sobre nosotros una gran responsabilidad. Somos parte del último recurso, aquel que demandarán cuando todo se complique. Y en ese momento no se admitirán alegaciones, ya que tan sólo quedará la opción de dar la única respuesta posible: la mejor.
Tenemos por delante una tarea que, en compensación por su dureza, es todavía más gratificante cuando se comparte: revisaremos, limpiaremos y reabasteceremos todos los componentes de la unidad. A buen seguro los avisos nos harán cesar y retomar en varias ocasiones el trabajo, pero no nos detendremos hasta alcanzar aquel momento. El momento en el que somos conscientes de que cada uno de los cientos de los elementos está en su sitio, y que responderá cuando dependamos de él. Todo brilla, nada chirría. Estamos preparados.
Que bueno! De tanto pedalear el blog va cogiendo rodaje y las palabras estan cada vez mas sueltas
Me alegro de que te guste, Miguel, aunque yo tengo la sensación contraria: cada vez soy más consciente de los recursos literarios y la creatividad que me faltan. Afortunadamente me lo paso muy bien escribiendo así que tampoco me importa demasiado 🙂