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aprender, camilla, dejadez, maestro, Némesis, problema social, psicología
No acostumbro a tener problemas para conciliar el sueño, pero esta noche soy incapaz de barrer de mi mente las funestas predicciones para la guardia de UVI móvil de mañana. Las características tan particulares de nuestro trabajo lo hacen mucho mejor o mucho peor que uno convencional según el prisma con el que se mire, y la enfermera que nos acompañará parece centrarse exclusivamente en la parte negativa, al contrario de lo que nos ocurre al equipo habitual.
Aunque sucedió varios meses atrás, recuerdo perfectamente la escena: empujo la camilla a través los pasillos del hospital, tratando de evitar toda brusquedad pues trasladamos una joven embarazada. Me doy cuenta de que la susodicha compañera trata de colgar su mochila de una de las agarraderas con objeto de liberarse de su peso, e inmediatamente le pido que no lo haga pues allí se encuentran las palancas de plegado de las patas, que podrían ser accionadas involuntariamente. Unos instantes después, mientras busco con la mirada el camino hacia la salida, un brusco movimiento de la camilla sacude mis manos, y observo con terror como las patas delanteras ceden provocando que la parte delantera de la camilla choque violentamente contra el suelo.
El estruendo hace que Maestro levante apresuradamente la vista de los informes clínicos que estaba revisando, y ante la pregunta del médico, ella separa disimuladamente su mochila del asidero al tiempo que me señala con su índice, exclamando: “¡Ha sido ese!”. Toda forma de violencia física pasa por mi cabeza, afortunadamente sin llegar a realizarse. Menos flagrantes pero igualmente desesperantes resultan esos interminables segundos que transcurren cuando, tras una llamada, hay que esperarla en la ambulancia con el motor arrancado, puesto que súbitamente le surge alguna imperiosa necesidad como buscar algún complemento, pieza de material o de vestuario. En fin, espero que el día pase rápido.
A la media hora de comenzar la guardia, ya con la enfermera saliente rozando la desesperación, el miembro del equipo que faltaba cruza la puerta mientras la dirijo un saludo bajo forzada cortesía. Mis plegarias no han sido escuchadas. Afortunadamente, ninguno de los avisos que realizamos durante la jornada supone un verdadero riesgo vital, lo que unido al excelente manejo por parte de Maestro de todos los posibles perfiles laborales hace que el resto del equipo consigamos, hasta cierto punto, compensar su dejadez. Hasta que, mediada la tarde, somos activados para un aviso potencialmente grave: una mujer joven que ha perdido el conocimiento.
Una vez en el lugar, una mujer de cierta edad que se identifica como vecina, ataviada con el correspondiente uniforme oficial -bata y zapatillas- nos introduce en la angosta estancia donde nos espera sentada la paciente, ahora aparentemente recuperada y acompañada de sus dos hijos pequeños. Una rápida entrevista médica confirma que el origen del desvanecimiento es un estado de ansiedad, generado a su vez por un entorno social y familiar de compleja solución. Por fortuna, su enfermedad del organismo no reviste gravedad, pero no ocurre así con su verdadero problema.
En ese momento de indecisión sobre la próxima acción, nuestra denostada enfermera, en silencio hasta ese momento, da un paso la frente y se coloca de cuclillas frente a la paciente: con las únicas armas de una mirada honesta y una de sus manos en la rodilla ajena para transmitir confianza, entabla un diálogo cercano y directo, que aporta nuevos puntos de vista y arroja algo de luz sobre las sombras de una madre totalmente superada por las circunstancias. La intervención surte efecto de inmediato, y la paciente, ahora incluso sorprendida por el descubrimiento de alternativas, acaba por preguntar: Tú… también te has portado mal alguna vez ¿Verdad? Shh, no se lo cuentes a nadie, recibe como respuesta, acompañada de una media sonrisa de complicidad.
Algo parece descuadrarse en mi mente; aquella trabajadora que me negaba a aceptar como compañera ha sido capaz de aliviar el sufrimiento de la paciente de una forma que yo no habría conseguido, asumiéndolo de la forma más natural posible. Nueva nota mental: he de tratar de conectar mejor con los pacientes, por mucho que su circunstancia me resulte desconocida. Anexo: estaré dispuesto a aprender de todos y cada uno de los compañeros.
Pese a todo, es necesario ceñirse a la realidad. No vamos a cambiar, en los escasos minutos de conversación de los que disponemos en cada aviso, la dirección de la vida de nadie. Pero en este caso podemos estar seguros de que hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Una vez de vuelta en el vehículo, no tardo en dirigirme a mi compañera: Así como en su momento te dije lo que me pareció mal, reconozco que esta actuación ha sido admirable. ¿El qué? -replica- si yo no he hecho nada...
Genial, Emilio, simplemente genial.
Felicidades !!
Eres un santo Emilio. Conmigo después del primer «incidente» no habría tenido más oportunidades (por que es una jugarreta muy sucia) y no me hubiera conmovido su gesto posterior.
Supongo que esta basado en hechos reales.
No lo soy en absoluto, Carlos, pero sí que me interesa todo lo que se pueda hacer por los pacientes, sea cual sea su fuente; supongo que la expectativa totalmente negativa hizo que me sorprendiera aún más su gesto.
Sí, todas las historias son reales y fidedignas en la medida en la memoria lo permite; eso sí, los datos están falseados aleatoriamente para evitar la identificación de pacientes o intervinientes, que no tengo intención de buscarme problemas 🙂
genial, me gusta ea forma de ver las cosas
Dios pone a un buen Técnico donde hay una mala enfermer@, es por eso por lo que me queda fé religiosa… jejeje bromas aparte. Yo siempre he pensado que la gente algo tiene que hacer bien no todo lo hará mal, solo es cuestión de paciencia…
De igual manera ,»Si estas buscando un amigo es dificil que lo encuentres pero si tu eres un amigo encontraras amigos en todos lados».
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