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WalkieUno de los muchas aspectos de los que puede presumir mi organización de voluntariado es la disciplina en las comunicaciones: esta cuestión aparentemente secundaria supone una gran ayuda en la actividad habitual y proporciona la seguridad de estar en permanente contacto con la central, especialmente útil cuando la situación se complica. El rígido protocolo de petición de acceso, el uso de códigos y la formalidad en el lenguaje logran la coordinación de todos los equipos de la Comunidad de Madrid mediante un solo canal, y el sistema en abierto permite que cada uno conozca en todo momento la situación del resto.

Hoy, el silencio en la red de radio habla por sí mismo. Parece que está la mañana tranquila, comento a mis dos compañeros de guardia. Las ambulancias de nuestra zona permanecen disponibles en sus bases, lo que disminuye la probabilidad de que tengamos que acudir a avisos por estar ocupadas. La confianza que da compartir dotación con un equipo a toda prueba y el tiempo que hace que no coincidimos provoca que aprovechamos la guardia para ponernos al día de nuestras aventuras, asemejándose el ambiente más al de una reunión de amigos que al un entorno laboral, salvo por las bebidas alcohólicas que tendremos que aplazar hasta el fin del turno. Podríamos aprovechar para ir a tomar algo antes de comer, sugiero. Ambos secundan animadamente la propuesta , pero una llamada interrumpe bruscamente los planes.

Somos requeridos desde el centro de salud de una localidad cercana: un hombre de edad avanzada está siendo atendido allí por dificultad respiratoria y, a pesar de no correr riesgo vital, necesita ser trasladado al hospital para continuar el tratamiento. Perfecto, un aviso sencillo y aparentemente sin complicaciones, que nos permitirá tomar el aire y que finalizaremos a la hora del almuerzo. Inmediatamente tomamos posiciones en la cabina de conducción -hoy el timón es de uno de los compañeros, por lo que yo ejerzo de responsable- y, una vez activados los lanzadestellos, partimos hacia nuestro destino. Inmediatamente tomo el micrófono de la emisora e informo a la central de la salida de nuestra unidad.

Al ir a colocar el dispositivo en el su soporte descubro que, debido al uso intensivo, la pieza que lo sujeta se ha desprendido y, a falta de un lugar mejor, lo deposito descuidadamente en el posavasos incorporado a la consola central. Parece un buen momento para proseguir con la conversación que habíamos abandonado a la fuerza minutos atrás: les relataba que hace unos días recibí un correo electrónico multitudinario pero muy divertido, que ironizaba jocosamente sobre los habituales mensajes que circulan exigiendo precauciones sobre riesgos absurdos; impulsados por la curiosidad, ambos compañeros me animan a recordarlo en voz alta, a lo que accedo dado lo distendido del ambiente: «¡Cuidado! Si llaman a tu puerta y aparece un hombre desnudo, diciendo que está realizando una encuesta para Chupa-Chups y te pide que se la chupes… ¡No lo hagas! ¡Es un estafador! ¡Lo único que quiere es que se la chupes!».

Sin dar tiempo a que cesen sus carcajadas, siento una vibración en mi bolsillo acompañada de un familiar tono de llamada. La pantalla muestra «Central»; probablemente será para aportar más información sobre el aviso actual, así que lo mejor será que lo oigamos los tres: Ambulancia 04, dígame. La voz de la operadora suena ligeramente distorsionada a través del altavoz del móvil de la guardia: muchas gracias por la información, estaremos atentos, espeta. ¿Qué información? replico extrañado. Cual va a ser, la del hombre los Chupa-Chups… Miro alternativamente a mis compañeros, cuyos rostros reflejan la misma extrañeza. Transcurren un par de extraños e incómodos segundos de silencio hasta que dirijo la mirada a la emisora. Mierda.

El piloto rojo que indica que el equipo está en transmisión está encendido, y no tardo en averiguar la razón: la concavidad del fondo del posavasos ha hecho que el botón del micrófono quede pulsado, por lo que toda la red de emergencias de la Comunidad Autónoma acaba de escuchar la última conversación: ahora la historia hace reír a cada voluntario en las ambulancias y bases de socorro. Vale… me acabo de dar cuenta, informo a mi interlocutora. Para mi desgracia, los acompañantes con los que comparto el espacio del furgón se han percatado al mismo tiempo que yo, y ahora se encuentran con franca dificultad para respirar pues están ocupados desternillándose de la risa de forma francamente escandalosa: por un momento parece que son ellos los que necesitan el oxígeno más que el paciente que trasladaremos.

Sonrío contagiado por lo cómico de la situación y ensayo mi gesto de resignación ante la certeza de que todos los voluntarios de mi base y muchos de otras tendrán una nueva historieta para compartir. En realidad, si no fuera por estos momentos probablemente no estaría aquí.

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