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Luces Azules«Tratamiento: no precisa. Acudir a atención primaria si repite el episodio». Al tiempo que el bolígrafo de Eva vuela sobre un informe médico dejando un descriptivo rastro de exploraciones, la sosegada pero firme voz de Carol instruye a la joven paciente sobre cómo plantar cara a la angustia si la atenaza de nuevo. De súbito, un inesperado timbre de teléfono móvil interrumpe ambas tareas; apartando por un segundo la vista de la hoja, la doctora se sonríe al leer «Los Cansinos» en la pantalla que ahora destella, pues ya ha olvidado que alguien en un turno anterior sustituyó el nombre de contacto habitual de la central por otro algo más cómico. Pero por muy cansinos que sean, no es frecuente que nos interrumpan mientras estamos realizando un aviso.

¿Os queda mucho ahí? No, estamos terminando. Tenemos disparos en una vivienda de la Avenida Sur ¿Podéis haceros cargo?. Claro, confirma Eva, al tiempo que arranca la hoja autocopiativa, ya completada, para despedimos con premura de la paciente y de su familia. Mientras emprendemos la ruta por el itinerario óptimo, dibujado segundos antes en la mente de Director -el conductor de esta tarde- contactamos de nuevo con la central. ¿Sabemos algo más? No mucho, hay heridos pero se desconoce el número, también se dirige al lugar un Vehículo de Intervención Rápida. Al ritmo de las sacudidas del viaje, preparo en la cabina asistencial varios sueros intravenosos previamente calentados para ahorrar algo de tiempo: llegar al hospital unos segundos antes puede ser decisivo para un herido por arma de fuego.

Dos grupos de destellos azulados destacan frente al portal; los coches patrulla están vacíos, sus ocupantes deben de haberse introducido ya en la vivienda. Para nuestra tranquilidad, dos rugidos de motor de gasoil que se transforman en chirridos de neumáticos anuncian la llegada de otros dos vehículos policiales mientras descendemos de la ambulancia. Lo primero es lo primero: en el portal del edificio nos reunimos con los agentes que acaban de llegar: ¿Es seguro subir? A través de la emisora, los compañeros que ya se encuentran en el piso confirman que está despejado pero que todavía no tienen al tirador, y que hay un sólo herido muy grave. Al momento se incorpora el equipo del V.I.R., que se une a nosotros sin perder un segundo en la acelerada subida por las escaleras, rodeados por un cinturón policial.

Sobre el suelo del salón, uno de los agentes presiona el abdomen de un joven con objeto de cohibir una intensa hemorragia, mientras sus compañeros continúan inspeccionando nerviosamente cada rincón. Al ser relevado en su tarea, el policía se dedica a calmar a una chica presa de una incontrolable histeria: ¡Pero qué te han hecho! ¡Qué te han hecho! Confirmando nuestros peores pronósticos, la víctima no dispone de mucho tiempo: a pesar de la improvisada pero precisa coreografía ejecutada por ambos equipos de emergencias, el daño que sendos impactos de bala han hecho en su tórax y abdomen provoca que tan sólo un fino resto de vida le sujete a este mundo.

No podemos olvidar las limitaciones que impone el entorno: hay que elegir cuidadosamente los tratamientos a aplicar, pues demorar la cirugía que estamos activando telefónicamente resultaría fatal. Las técnicas imprescindibles se reducen a asegurar la vía respiratoria mediante un tubo traqueal, así como la respiración utilizando un parche que, a modo de válvula, impedirá que el pulmón afectado colapse. En lo referente al estado circulatorio, compresas estériles se esfuerzan en contener la marea rojiza que brota del abdomen mientras las enfermeras aseguran sendos accesos venosos en ambos antebrazos.

Al apreciar que las medidas esenciales están a punto de completarse, me incorporo y, retirando con decisión a la enormemente afectada pareja del herido, desciendo a saltos la escalera hasta la calle y escojo la herramienta que nos permitirá traer hasta aquí al paciente: la lona, una suerte de sábana plástica muy resistente con agarraderas laterales; nunca ha resultado de mi total confianza dado el escaso control que permite sobre el paciente -ya que éste queda envuelto, no sujeto- pero dada la necesaria rapidez y lo angosto del acceso parece la mejor opción. Preparo la camilla en el portal para recibir al paciente, y vuelvo al interior.

Tras una breve pero emotiva despedida de su joven compañera, cuidadosamente hacemos descender al paciente escaleras abajo. La lona no permite errores; un mínimo descontrol en la movilización echaría a perder gran parte del trabajo realizado y, desde luego, no ayudaría en absoluto al grave herido. Durante el trayecto al hospital la vibrante actividad no cesa en el habitáculo asistencial de la ambulancia: es necesario evaluar de continuo la situación para adelantarse a cualquier cambio, y al mismo tiempo asegurarse de que todos los electrodos, tubos, sondas y paños siguen en su lugar. A los pocos minutos nos encontramos, mediante movimientos ensayados, con el equipo hospitalario receptor de pacientes politraumatizados: cada uno conoce lo que ha de hacer y cuándo, de manera que se realicen todas y cada una de sus tareas en el mínimo tiempo. Un par de plantas más arriba, un equipo de expertos aprovecha los minutos previos para preparar la compleja intervención que les mantendrá en tensión durante toda la madrugada.

Cae la noche en nuestra base. Armados con agua oxigenada, desinfectante y la manguera del garaje, Director y yo nos afanamos en eliminar el rastro de la intervención que impregna tanto el material utilizado como el vehículo. En su interior, Eva y Carol contabilizan cuidadosamente el material empleado, para reponerlo y así encontrarnos de nuevo totalmente preparados. ¿Preguntaréis en el hospital por él? formulo en voz alta sin dejar de frotar. Lo intentaremos -responde Carol mientras comprueba un cajetín- pero sabes que es difícil conseguir información, por lo que probablemente nunca lleguemos a saber si sobrevivió.

Probablemente…

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