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JusticiaUn simpático hormigueo juguetea con mi muslo derecho al tiempo que la realidad me envuelve con suavidad. Los párpados se separan poco a poco, y a su través aprecio un gris polígono industrial que cruza fugaz la ventanilla del autobús. Espero que estos minutos de sueño imprevisto me ayuden a espabilarme en las horas de clase que me esperan. El leve temblor cesa por unos momentos, pero se reanuda tenazmente pocos segundos después… qué gracioso, pienso mientras mi mente se deshace de la pereza, atravesando lentamente la tierra de nadie camino de la vigilia.

La interminable sucesión de cifras en la pantalla del vibrante teléfono móvil me hace sospechar que se trata de una centralita, es decir, del trabajo. Tras un ¿Sí? un tanto desganado -pues no recuerdo una llamada con buenas noticias por su parte- me informan de que he sido citado como testigo a un juicio por un homicidio en el que intervinimos meses atrás. Vaya, en apariencia las heridas resultaron mortales y no supero la operación. También está convocado el segundo técnico de la dotación… ¿Recuerdas quién era? inquiere mi interlocutora. Francamente, no; su rotación es diferente y frecuentemente son eventuales; consulta cualquiera de los registros: el de recursos humanos, el de la central o el del vehículo, respondo. Ya… es que se han perdido. ¿Los tres? Recuérdame que nunca os deje nada para que lo vigiléis.

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Una semana después, Eva, Carol y yo ascendemos la escaleras de los juzgados con cierta pesadez, pues todos estamos empleando nuestra mañana libre en una asunto laboral no reconocido como tal. Por si fuera poco, todavía conservo el amargo recuerdo de la incertidumbre previa a mi último paso por estas dependencias. En el interior del edificio encontramos al equipo del V.I.R. que también atendió el aviso charlando animadamente con el Director, al que confesamos algo avergonzados que ninguno identificábamos su presencia en aquella intervención. Caminando desde el fondo del pasillo, una pareja de agentes que custodia a una joven de gesto orgulloso y muñecas engrilletadas cruza frente a nosotros y la introduce en la sala. Algo me resulta familiar en el rostro de la detenida… cruzo una mirada con los compañeros, confirmando que comparten la impresión. De súbito, la voz de Carol resuelve el enigma con una contenida exclamación: ¡Es ella!

Aquella joven que lloraba y se lamentaba a voz en grito al ver a su pareja perdiendo la vida a chorros había disparado un arma de fuego contra él pocos minutos antes. No deben existir dudas al respecto pues, como poco después descubrimos, la defensa trata de rebajar la pena alegando que la causa de la muerte fue la inacción de los policías que intervinieron en primer lugar y no los disparos efectuados; desde nuestro inexperto punto de vista, lo inverosímil de la argumentación la sitúa decididamente como culpable.

Aprovechamos la espera durante la vista oral para ponernos mutuamente al día, pero dado que apenas hace un par de jornadas que hemos compartido un turno de trabajo, las novedades se agotan; pasamos a comentar la extraña impronta del suceso que ahora se
juzga, en el que trabajamos con la homicida tan cerca de la víctima como de nosotros. Transcurridas un par de horas, la voz de un funcionario desde la puerta enuncia el nombre completo de Eva, la médico. Una vez finalizada su intervención diez minutos después, los integrantes del resto del equipo accedemos individualmente a la sala, en la que enmarcado por un silencio solemne cada trabajador relata lo que aconteció según su recuerdo. Realmente nuestro sucinto testimonio no aporta demasiada información desconocida, lo que acrecienta la impresión de haber invertido las horas en vano.

Carol es la última en ser requerida, pero todos aguardamos en el pasillo a que complete su declaración cual familia bien avenida. Apenas un minuto después de su entrada, la puerta que da acceso a la sala se abre: nuestras miradas de sorpresa, dada la aparente brevedad de su exposición, encuentran en ella un gesto de profundo desaire que no trata de disimular ¿Tan pronto? ¿Qué ha pasado? inquirimos con curiosidad: ¡Toda la mañana perdida para esto! Al entrar, me han dicho que no tenían preguntas que hacerme y que me podía marchar; me ha faltado un pelo para exclamar ante el auditorio «yo sé lo que ocurrió de verdad, y no es lo que ustedes creen», y salir inmediatamente de la sala dando un portazo. Nuestras carcajadas inundan el corredor, pues conocemos bien el carácter resuelto de Carol: realmente ha estado cerca de armar el escándalo del día en ante el tribunal. Quizá, considerando el carácter familiar de la mañana, no debamos darla completamente por perdida.

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