Tengo que admitir que el informe de mi vida laboral es, cuanto menos, curioso: tres páginas, para tan sólo tres centros de trabajo… y los dos últimos son el mismo, que cambió de nombre. Aunque la historia empieza tiempo atrás, cuando estrené la mayoría de edad inscribiéndome como voluntario en Cruz Roja. Comencé a desarrollar mi actividad en atención a personas mayores, pero pasados unos meses decidí probar en el programa de Socorros y Emergencias haciendo la formación por mi cuenta. Este curso y sus prácticas me resultaron tan atractivos que meses más tarde cambié mi actividad al puesto de socorro en el que realicé dichas prácticas.
Una vez allí y con el verano a la vista me di cuenta que para mí suponía algo más que una afición, por lo que aproveché las vacaciones universitarias para empezar a trabajar en la empresa que prestaba el servicio de ambulancias para la Comunidad de Madrid: Servicios Sanitarios Avicena, que los antiguos de lugar recordarán como un precursor humilde pero provechoso de los sistemas actuales. Ese verano fue realmente intenso -por describirlo de alguna forma- y el hecho de haberlo sobrevivido me animó todavía más a dedicarme a esta labor tan gratificante.
Como el ritmo de turnos y de presión asistencial en esa empresa era francamente inhumano, el paso adelante lógico era trabajar directamente para la Comunidad. Tras los papeleos necesarios conseguí comenzar a cubrir guardias sueltas en lo que llamaríamos un contrato ultra-precario, pero que me sirvió para conocer los diferentes dispositivos del servicio (central de comunicaciones incluida) y muchas maneras de trabajar, y de esta forma pude ir decidiendo cómo iba a ser la mía.
Durante esa época comencé también a realizar cursos de formador para posteriormente impartir docencia relacionada, y es algo que hasta recientemente no he abandonado por falta de tiempo pero que tengo en mente recuperar puesto que lo disfruto enormemente.
Transcurridos casi un par de años de guardias eventuales y otro más de desconexión forzosa, conseguí una plaza semiprecaria tras un proceso de selección; pude elegir una UVI móvil urbana, la que más intervenciones realiza, y no me equivoqué: durante más de cuatro años trabajé allí con los mejores compañeros que uno puede desear, y también encontré lo que verdaderamente me motiva: la atención sanitaria. Pasado ese tiempo tuve que tomar la dura decisión de cambiar de puesto, dado que el turno en el que tan bien me encontraba no me permitía seguir estudiando.
Los dos años largos siguientes, en un coche de asistencia médica (Unidad de Asistencia Domiciliaria de forma oficial), resultaron más tranquilos y por tanto menos emocionantes, pero gracias a que de nuevo coincidí con un grandísimo equipo de profesionales aprendí y disfruté mucho más de lo que esperaba.
Hace un tiempo surgió la oportunidad de incorporarme a un destino en el que nunca había trabajado de manera estable -otra UVI móvil pero en este caso en zona periférica- por lo que, habiendo completado los estudios, no la dejé pasar. Dado que el tipo de avisos es más variable sigo encontrando nuevos retos en cada guardia, que me recuerdan todo lo que resta por aprender.
Resulta innegable que los consabidos recortes han hecho dura mella en el servicio, no sólo en la nómina que adelgaza a ojos vista -y nunca llegó a ser generosa- sino también en forma de posibilidad de despido que planea sobre nosotros. Pero tengo claro que, hasta que llegue ese día, seguiré tratando de hacer todo lo posible por los pacientes, puesto que es la única manera en que verdaderamente disfruto en el trabajo.