Espero que esta mañana tengamos muchos avisos. Le entiendo perfectamente, cuando completé el período de aprendizaje y comencé a conducir ambulancias yo también deseaba ponerme al volante una y otra vez para experimentar esas sensaciones tan características y practicar lo aprendido. No acaba de transcurrir la primera hora de guardia cuando surge una aviso que satisface a la perfección sus expectativas: tanto el trayecto desde la base hasta el lugar como desde allí hasta el hospital son aparentemente sencillos. Inmediatamente, el flamante conductor, otro compañero y yo salimos hacia el lugar con las luces de prioridad activadas.
El rugido del motor se torna más y más agudo, puesto que los cambios de marcha se producen a muchas revoluciones, cuando la electrónica interrumpe la inyección de gasóleo. Asumo mi papel de conductor-tutor: durante los primeros minutos el motor todavía está frío, por lo que conviene circular en marchas más largas para no forzarlo. Su respuesta, un lacónico «ya, ya» no llega a confirmarme que lo haya procesado. La pendiente de la autovía parece empujar con fuerza el vehículo, y la aguja del velocímetro comienza a entrar en una región peligrosa. No es necesario ir tan rápido -explico- el aviso no parece grave, y aunque lo fuera necesitamos garantizar que llegaremos. «Ya, ya». La sensación de velocidad se acentúa al rebasar a un camión que circula por el carril derecho de la autovía. ¡Blam! De súbito, una enorme mano invisible parece sacudir lateralmente el furgón. Sigue leyendo