Un simpático hormigueo juguetea con mi muslo derecho al tiempo que la realidad me envuelve con suavidad. Los párpados se separan poco a poco, y a su través aprecio un gris polígono industrial que cruza fugaz la ventanilla del autobús. Espero que estos minutos de sueño imprevisto me ayuden a espabilarme en las horas de clase que me esperan. El leve temblor cesa por unos momentos, pero se reanuda tenazmente pocos segundos después… qué gracioso, pienso mientras mi mente se deshace de la pereza, atravesando lentamente la tierra de nadie camino de la vigilia.
La interminable sucesión de cifras en la pantalla del vibrante teléfono móvil me hace sospechar que se trata de una centralita, es decir, del trabajo. Tras un ¿Sí? un tanto desganado -pues no recuerdo una llamada con buenas noticias por su parte- me informan de que he sido citado como testigo a un juicio por un homicidio en el que intervinimos meses atrás. Vaya, en apariencia las heridas resultaron mortales y no supero la operación. También está convocado el segundo técnico de la dotación… ¿Recuerdas quién era? inquiere mi interlocutora. Francamente, no; su rotación es diferente y frecuentemente son eventuales; consulta cualquiera de los registros: el de recursos humanos, el de la central o el del vehículo, respondo. Ya… es que se han perdido. ¿Los tres? Recuérdame que nunca os deje nada para que lo vigiléis. Sigue leyendo