Una noche más, la Dra. Espejo y yo nos despedimos de Victoria en el portal de esta última; en esta ocasión ha tardado unos minutos en admitir que la soledad y la tristeza son los verdaderos motivos de su llamada. Nos gustaría hacer algo más por ella que realizarle un rápido examen para descartar las enfermedades más habituales y recomendarle que refuerce su vida social y que cuente su estado de ánimo al médico de cabecera, pero no lo encontramos. Nos marchamos con tan sólo una certeza: volveremos a verla en breve, ya sea en la consulta del centro de urgencias o en su domicilio.
Desde un punto de vista algo frívolo podríamos interpretar que todos los avisos son bienvenidos -especialmente casos como este que no implican riesgos, trabajo duro ni grandes responsabilidades- ya que colaboran en las estadísticas que justifican el mantenimiento de los recursos en épocas de escasez presupuestaria; pero jamás hay que perder de vista que mantenernos ocupados con avisos que podrían resolverse por otros medios retrasa la asistencia de los demás pacientes, alguno de los cuales puede estar verdaderamente grave. De todas formas ¿Qué más da? No tenemos ninguna potestad sobre los avisos a los que nos mandan. No tardaría mucho en sentir que alguien escuchaba mis divagaciones. Sigue leyendo