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El reloj de la sala de urgencias señala apenas las ocho de la tarde cuando dejamos en ella a nuestro primer paciente. La noche promete: nos informan a través de la emisora de que tenemos avisos en espera. Las dotaciones de guardia debemos apresurarnos para resolver el máximo número posible antes de que los equipos diurnos vayan alcanzando su hora de cierre, de forma que cuando a la una de la madrugada el último de ellos se retire, la lista de pendientes se haya reducido y podamos afrontarla entre los cuatro equipos restantes, más conocidos como los animales nocturnos.
Sin dilación activamos las lanzadestellos y emprendemos la marcha hacia el siguiente aviso, que afortunadamente no parece que vaya a suponer mucho tiempo; «problemas dentales», según la central, en un domicilio de la ciudad no demasiado alejado. Habrá que ver la que ha liado con los dientes para tener que ir en ambulancia. Martes asiente, tan consciente como yo de que en numerosas ocasiones cualquier parecido entre motivo de la llamada y realidad es pura coincidencia. Sigue leyendo